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Fermina Pulido Corrales">Fermina Pulido Corrales
6 septiembre 2015
Psicoaljarafe , Psicoanálisis , Psicología Profunda , Psicoterapia
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“Todo lo que nos irrita de los demás puede ayudar  a entendernos a nosotros mismos” 

(Carl G. Jung)

Desde la antigüedad, al menos en la cultura occidental judeo-cristiana, el hombre ha combatido el mal inherente en la personalidad humana reprimiéndolo y tratando de expulsarlo de su entorno personal, familiar y comunitario. El mal era entendido como la actividad de demonios que a través de sus malas artes interferían en la conducta y la experiencia vital de los hombres, imposibilitando así la consideración del mal como algo naturalmente imbricado en sus propias naturalezas.

El exiguo desarrollo de la consciencia imposibilitaba ver el mal como algo personal, de forma que lo que se interponía entre el individuo y los valores éticos de la comunidad no podía provenir sino de fuera, de algo externo al propio individuo. Esta forma de considerar lo malo como algo ajeno, está ampliamente explicada por la ley psicológica de la proyección, a través de la cual todo lo que no se reconoce como propio se proyecta en el exterior para que pueda ser percibido por la consciencia. Mediante este mecanismo de la proyección, el hombre andaba presto a ver lo negativo en los demás, pero nunca en él mismo.

Por lo general, toda colectividad asumía una serie de valores éticos y los establecía como canon o modelos a los que todo hombre debía ajustarse, promoviendo con ello el papel del yo en la formación de la propia persona, la máscara con la que se presentaba a la comunidad y que pretendía reflejar los valores aceptados por ésta. Pero la personalidad del hombre no está compuesta solamente de aquellas facetas o cualidades que el yo determina como positivas y deseables.

El rechazo de las facetas que no se ajustaban a la moralidad de la colectividad hacía que éstas fuesen suprimidas o reprimidas a través del control del ego (yo) y cayeran en el inconsciente, entrando a formar parte de los contenidos de la Sombra, es decir, facetas y cualidades connaturales con el individuo que ante la imposibilidad de ser integradas por la consciencia acababan en el inconsciente y proyectadas sobre los demás. Generalmente, esa represión ejercida sobre las facetas indeseadas, perseguían eliminar la propia oposición inconsciente que socava la actitud y la seguridad del yo consciente que se postula como fiel reflejo de los valores colectivos.

En realidad esta misma tendencia a la proyección, de lo que tanto el individuo como la colectividad consideran como negativo, sucede en la forma de actuar del hombre en la actualidad. No obstante, el hombre primitivo, dada la precariedad del desarrollo de la consciencia y la debilidad de la misma, en la que la mayoría de las cosas que sucedían en su entorno eran debido a la acción de dioses o demonios, exhibía una falta de recursos importante como para permitir que la consciencia pudiera integrar tales contenidos, ya que ese proceso generaría conflictos psíquicos de difícil superación.

Esa proyección de lo malo en el exterior, sobre “el otro”, ha sido la causa de no pocos conflictos entre las personas, y cuando la proyección se hace colectiva, la encontramos en la base de la mayoría de las guerras de la humanidad, de ahí la enorme importancia que tiene la integración de la sombra y el reconocimiento de sus contenidos en el sendero de desarrollo de la consciencia. Por otra parte, la integración de los aspectos suprimidos o reprimidos de la personalidad, reconocerlos como parte de nosotros mismos, es una puerta abierta a la tolerancia, a la comprensión y al amor de los demás. El aspecto de juez inflexible que se manifiesta cuando proyectamos lo negativo sobre los otros, desaparece y nos abrimos a la experiencia de la empatía y la Comprensión.

La lucha contra lo malo y lo negativo ha sido una lucha constante desde la aparición de la consciencia en el hombre, pero, como antes se ha mencionado, dada la dificultad inherente en el hombre primitivo basada en la debilidad de la consciencia individual, los aspectos negativos de la personalidad no podían ser fácilmente integrados. Así, y dado que la negatividad personal de sus individuos repercutía en el desarrollo y vida social en común, las comunidades primitivas abordaban el asunto de la erradicación del mal de forma colectiva a través de rituales periódicos.

El propósito de tales rituales no era otro que el de liberarse tanto individualmente como colectivamente de esos aspectos indeseables que no estaban en armonía con los valores asumidos por la comunidad. Tales prácticas fueron asumidas por muchas comunidades y pueblos primitivos con el fin de luchar y erradicar lo malo y se pueden encontrar diseminadas por todo el mundo y de formas peculiares. Básicamente consistían de la elección de una víctima que encarnaba el concepto de “víctima expiatoria” Una vez que la “víctima expiatoria”, hombre o animal, era identificada, se proyectaban sobre ella todos los aspectos negativos de la comunidad así como los de sus componentes individuales. El fin de la víctima era la de ser apaleada y/o expulsada de la comunidad, generalmente a un lugar peligroso e inhóspito.

Esa extendida tentativa de solución, tiene quizás su ejemplo más conocido para nosotros en el ritual de la “víctima expiatoria” que nos llega de la tradición judía, cuyo concepto y finalidad terminó arraigando en la mente popular como “el chivo expiatorio”, que señala a quien paga las consecuencias de algo sin corresponderle.

El ritual se celebraba el Día de la Expiación en el cual se elegían dos machos cabríos. Mediante un sorteo, uno de ellos se sacrificaba a Yahveh con todos los honores y con su sangre se rociaba el Arca de la Alianza. Sobre el otro chivo se realizaba la purificación de la comunidad, de forma que el sumo sacerdote encargado de la ceremonia, a través de una imposición de manos sobre la cabeza del animal, traspasaba todo lo malo e impuro del pueblo al animal, al cual se le llevaba luego al desierto “Azazel” y se le abandonaba, tratando con ello expulsar y eliminar los errores y negatividades de la colectividad. Curiosamente, el desierto es un símbolo para el Inconsciente, con lo cual a través del ritual lo malo se arrojaba fuera de la comunidad y de su consciencia, hacia lo desconocido y lo inconsciente.

Para los hombres primitivos, y el hombre masa reacciona como hombre primitivo, entendiendo la palabra masa no como clase social sino como un modo de ser que se da en todas las clases sociales. Según Ortega y Gasset el hombre masa es aquel “que no está al nivel de sí mismo, el que se encuentra a mitad de camino entre el ignorante y el sabio, el que cree saber y no sabe, y el que no sabe lo que debería saber.” Un hombre que asume los valores e la comunidad de cualquier pueblo sin cuestionárselos. Por lo tanto, debido a esa semejanza reactiva y a la necesidad de proyectar inconscientemente en el exterior los aspectos reprimidos, aún hoy en pleno siglo XXI, todo aquel que refleje alguna rareza, algún rasgo extraño para la colectividad, tales como algún defecto físico llamativo, o se distinga por el color de su piel, un negro en un pueblo de blancos o un blanco en un pueblo de negros, o por cualquier discrepancia en cuanto creencias religiosas o relación con lo divino, etc. y por cuya razón no se ajustan al modelo social comunitario establecido, se postula como un firme candidato a soportar semejantes proyecciones.

En aras del desarrollo de la consciencia y alcanzar la individualidad plena, lo cual es la meta del proceso de individuación formulado por Jung, se hace necesario un nuevo modelo ético que tenga como prioridad real aceptar la negatividad propia. Esto provoca una ruptura con los procedimientos de la ética moralista antigua, que al estar basada exclusivamente en los aspectos positivos y de perfeccionamiento del yo, promueve un proceso inflacionista que ha de ser eliminado. No obstante, es difícil percatarse del alcance de lo que significa e implica la aceptación del mal o de lo negativo, cuya realización no puede verse minusvalorada ni disminuida por ninguna tentativa de relativización que tienda a tranquilizar su realidad, quedando sin valor el hecho de aplicar la norma colectiva o comunitaria por donde el yo (el ego) pudiera vislumbrar una vía de escape que livianice la asunción del mal propio al intentar sustituir y/o justificar la orientación propia por la orientación colectiva. Es decir, el yo no puede escudarse de que cualquier contenido o aspecto negativo sea una expresión de lo que está previamente aceptado por la comunidad. De esa forma, el encuentro con ese ‘hermano oscuro’ que es la Sombra conduce a un cierto equilibrio de la personalidad. Dice Neumann:

“El reconocimiento y aceptación de la Sombra presupone la disposición a ver al hermano oscuro no sólo para dejarlo languidecer en prisión como cosa suprimida, sino también a darle libertad y parte en la vida. Por ello, el permitir convivir a la Sombra es posible sólo en un nivel de vida moralmente ‘más profundo’. El yo debe bajar de su trono y comprender su imperfección individual, constitucional y sometida al destino y a la historia. La aceptación de la propia imperfección es tarea extraordinariamente difícil.”

(Erich Neumann: Psicología Profunda y Nueva Ética)

El proceso de integración de la Sombra conduce a que la actuación vital del individuo no esté basada sobre una parte de la individualidad, demandando la personalidad total como base de la conducta. Por supuesto basar la conducta sobre la Sombra es tan unilateral como basarla en los valores del yo, e igualmente conduce a una represión y una posterior irrupción de los valores positivos, y dado que su irrupción puede igualmente ser violenta, podrían manifestarse induciendo a la persona a desempeñar el papel de víctima expiatoria.

El sendero de individuación demanda una personalidad total, individuada, y es total porque está dirigida a la totalidad, fundamentalmente en dos aspectos. Uno consiste en que la actitud individual abandona su cualidad ‘individualista’ y termina moviéndose en el ámbito de lo colectivo, ya que debido a la obtención de comprensión de la propia negatividad, se obtiene igualmente comprensión de la negatividad ajena, y lo que antes era causa de rechazo de los demás, se transforma en tolerancia ante la debilidad y negatividad ajenas, lo que promueve la comprensión y la empatía. Y por otra parte, el individuo deja de actuar basado en las capacidades cognitivas del yo, sino que presta una atención especial a lo que proviene del Inconsciente, tomando en consideración el efecto que la actitud consciente ejerce sobre el inconsciente, haciendo recaer la responsabilidad de todo lo que sucede no sólo al yo como centro de la consciencia sino a la personalidad total, consciente e inconsciente.

Fermina Pulido
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Psicóloga en PsicoAljarafe
1 Comments
Brian Cano dice:

Es interesante, tienes más información que compartir acerca de estos temas? te lo agradecería, saludos!

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