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Hoy vamos a abordar la interpretación del cuento de Caperucita Roja. Un cuento que es difícil no conocer, pues  es uno de los primeros que nos enseñan en la infancia, tal vez sea por el principal mandamiento que conlleva: “obedecer a mamá”, aunque hay un complemento y  no menos importante a esa edad: “no fiarse de los desconocidos que nos salen al encuentro”.
Iremos viendo y entrelazando distintos niveles del cuento, pues como en los sueños, las interpretaciones van a depender de la madurez de la conciencia con la que afrontemos su significado y si bien todas hemos sido niñas y como tal nuestro cerebro ha interpretado los hechos, también hemos pasado por una adolescencia y hemos llegado a ser adultas, donde no por ello, el cuento deja de ser interesante y decirnos, en su lenguaje simbólico, lo que en sí, lleva custodiando. Demos una oportunidad al crecimiento.
Hay muchas versiones, pero he elegido la de Charles Perrault porque es la menos transformada y la más cercana a su origen. Con el tiempo, este cuento occidental y centroeuropeo, fue modelándose y cambiando su final por otros, digamos más adaptativos y satisfactorios a los tiempos que se vivían, como los de los Hermanos Grimm.
El cuento ha sido recogido de una página que merece la pena visitar: http://www.ciudadseva.com/cuento/noti.htm
Comencemos pues por este viaje interior hacia el conocimiento y vayamos leyendo con atención, así como observando las sensaciones y las emociones que pueden hacer presencia en  nosotros, dejándonos mecer por los recuerdos de  nuestra infancia,  cuando escuchábamos:

Caperucita Roja. [Cuento de Perrault. Texto completo.]

Había una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y le sentaba tanto que todos la llamaban Caperucita Roja.
Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.
-Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. La pobre niña, que no sabía que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:
-Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
-¿Vive muy lejos? -le dijo el lobo.
-¡Oh, sí! -dijo Caperucita Roja-, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera casita del pueblo.
-Pues bien -dijo el lobo-, yo también quiero ir a verla; yo iré por este camino, y tú por aquél, y veremos quién llega primero.
El lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto y la niña se fue por el más largo entreteniéndose en coger avellanas, en correr tras las mariposas y en hacer ramos con las florecillas que encontraba. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea: Toc, toc.
-¿Quién es?
-Es su nieta, Caperucita Roja -dijo el lobo, disfrazando la voz-, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:
-Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
El lobo tiró la aldaba, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena mujer y la devoró en un santiamén, pues hacía más de tres días que no comía. Enseguida cerró la puerta y fue a acostarse en el lecho de la abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a golpear la puerta: Toc, toc.
-¿Quién es?
Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:
-Es su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
-Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
Caperucita Roja tiró la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le dijo, mientras se escondía en la cama bajo la frazada:
-Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo.
Caperucita Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:
-Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!
-Es para abrazarte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué piernas tan grandes tiene!
-Es para correr mejor, hija mía.
Abuela, ¡qué orejas tan grandes tiene!
-Es para oírte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué ojos tan grandes tiene!
-Es para verte mejor, hija mía.
-Abuela, ¡qué dientes tan grandes tiene!
-¡Para comerte mejor!
Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió.
FIN.

Sí, así es el final de Perrault, nada almibarado. Entra directamente en los cuentos que se denominan “temblones”, porque estás tan entusiasmada, a la vez que conteniendo la tensión, que va creciendo por momentos, y esperando a ver qué le pasa a la pobre caperucita, cuando de repente los pies se posan en el suelo. ¡Zas!, se acabó, no hay nada más. La realidad ha hecho su presencia con toda su crudeza y el cerebro está obligado a recomponerse en su propia realidad del momento, que de seguro, es más confortable que el de la pobre caperucita. En un abrir y cerrar de ojos nos ha traído a un aquí y ahora, directamente y sin paliativos. Este es el poder del final, la proyección con el personaje ha terminado y así aterrizamos de nuevo a nuestra consciencia, a nuestro estado “a salvo”, al seguro lado de “mamá”, a nuestro yo, a querer ser de nuevo nosotras y a nuestro propio camino de vida.
A un niño le queda claro que no puede desobedecer a mamá, que mamá siempre sabe lo que tiene que hacer, sabe lo que le conviene y que lo que ella ordena tiene que hacerlo rápido y sin entretenimientos.
Un niño también aprende a ser precavido con las personas que no conoce y que no puede creerse todo lo que le digan. Aprende, en definitiva, a tener y desarrollar un apego seguro con mamá, donde ella está presente y le dirige, ella es la responsable de su seguridad, lo cual genera la tranquilidad y la confianza en ella primero y en él después, pues a través de estos gestos aprende a desarrollar la responsabilidad de lo que depende de él, que es seguir el camino trazado y señalado. Este tipo de apego, donde se crea un fuerte lazo afectivo y seguro  dará lugar en el futuro a una persona autónoma y equilibrada.
Todo este complejo de actitudes y creencias repercute en múltiples formas de desarrollo y valores de la personalidad.
Hay otro punto importante, que incluso se anuncia en el propio título: caperucita roja. En la pre y adolescencia la niña lleva sobre sí la energía roja de la vida, las hormonas expresándose a través del cuerpo en una danza de crecimiento y transformación. Es el momento donde aparecen los peligros de “atracción”, que pueden tener consecuencias, no deseables, en un momento donde el cuerpo va más deprisa que nuestra mente y nuestro conocimiento de significado de la vida.
Nuestros deseos de interactuar con esta segunda piel están sobre el poder de creación que se está generando y este cuento direcciona con la flecha hacia la diana donde comienza el núcleo de una sensualidad ignorada y de una sexualidad que es deseada y admirada.
La niña se reviste con su transformación roja, con su menstruación, con su primer atisbo de adulta y encierra en sí la inocencia simple y corporal. Su nuevo cuerpo comienza a deslumbrar con la potencia de la belleza y del poder de la creación, que a partir de ahora deberá custodiar y salvaguardar hasta que su decisión de compartir sea consciente y querida.
En este sentido el cuento nos deja entrever como es fácil equivocarse y dar la atención y energía a alguien que nos puede confundir, dejándonos llevar por las palabras que regalan al oído o diciéndonos lo que solo queremos escuchar. Este “lobo” que sale al encuentro, pues en el fondo, tan solo es un reflejo de nuestras necesidades interiores y de nuestras carencias personales, puede llegar a tragarse todo el poder y el fuego deslumbrante que está por desarrollarse dentro y fuera en toda la expresión de nuestra vida, de ahí la necesidad de “hacer” consciencia sobre este acontecimiento tan importante que sucede en la vida de todas las mujeres y que es un paso decisivo para aprender la responsabilidad sobre nosotras mismas, sobre nuestro cuerpo y nuestras emociones y sobre el poder que engendra nuestro propio desarrollo como mujeres y personas.
La caperuza roja la llevaremos puesta durante gran parte de nuestra existencia. Es un regalo precioso y….. ¡nos sienta tan bien!.
Y hasta aquí la primera interpretación. Seguiré con una segunda parte que será más profunda y transpersonal.

Fermina Pulido
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Psicóloga en PsicoAljarafe
1 Comments
rosa alvarez fernandez dice:

No conocía esta versión del cuento, creía que los leñadores salvaban a Caperucita.
Ahora espero entusiasmada la segunda interpretación!!

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